La Unión Económica Europea está fomentando, de manera activa, el progreso de nuestro continente hacia el objetivo “Cero emisiones”, al mismo tiempo que está renovando toda la legislación necesaria para llevar a cabo este cambio a las energías renovables. Esta transformación no debería ser únicamente ventajosa desde la perspectiva de nuestro bolsillo y el de la economía de nuestros países, sino que debería plantearse como algo especialmente beneficioso para el medio ambiente en general y para nuestro bienestar y el de nuestros hijos, en particular.
Diversos estudiosos de este tema han indicado que se estima que la electricidad producida por las instalaciones fotovoltaicas del viejo continente aumentará en más de un 40% a finales de 2019. Si estas previsiones se confirman, la Unión Europea monopolizará un doce por ciento del sector energético solar a nivel internacional. Las economías que crecerán de manera más evidente en este aspecto serán la alemana, española, francesa y la de los Países Bajos.
A finales de 2.018, el organismo europeo se comprometió todavía más con el uso de las fuentes de energía no contaminantes, solicitando a sus miembros que incrementaran su cupo de electricidad producida a partir de ellas, pasando de un porcentaje del 27% a más del 31%, a finales de la siguiente década.
La instalación de plantas fotovoltaicas en territorio europeo ha sido claramente estimulada por la supresión de las medidas anti-dumping impuestas a las placas solares de producción china, reduciéndose su coste en una tercera parte. Gracias a ello, se espera que el sector fotovoltaico de la Unión Europea llegue a mover más de 10.900 millones de euros durante 2019.
La electricidad procedente de fuentes limpias como la energía solar es, hoy por hoy, la mejor opción para aquellos estados que, al mismo tiempo que quieren promover el auge de su economía y la reducción de las tasas de desempleo, pretenden convertirse en economías circulares reduciendo las emisiones contaminantes, popularizando el acceso a la energía solar y mejorando la calidad del aire y de la atmósfera del planeta.
Esta evolución en el uso de las energías renovables también se está trasladando a los consumidores finales a través del autoconsumo. Nos estamos refiriendo al ámbito residencial, al de la industria y del comercio, en los que se dan las circunstancias idóneas para que la producción de electricidad, a partir de energía solar, crezca sustancialmente y esto, de forma muy especial, en España.
Y es que, en nuestro país, hasta hace muy poco tiempo, la legislación dificultaba y entorpecía este desarrollo que se ha ido produciendo, con bastante antelación, en el resto de miembros de la UE. Como consecuencia de ello, la economía española es altamente dependiente de las eléctricas (80%) frente al 20% restante que consume energía solar fotovoltaica: la mitad correspondiente al sector comercial, un seis por ciento a la industria y el porcentaje restante, al sector residencial.
Ahora que la normativa se ha modificado, eliminándose el llamado “peaje al sol” y abriéndose la puerta al autoconsumo, se prevé que España se ponga a la cabeza del desarrollo de la generación de energía fotovoltaica, superando los ocho gigavatios de potencia instalada, en el ámbito de la UE. Para pasar del 20 al 35 por ciento de electricidad proveniente de fuentes limpias en diciembre de 2.030 se invertirán del orden de sesenta a setenta mil millones de euros.
El mercado español fotovoltaico se encuentra actualmente en las circunstancias óptimas para ayudar a conseguir, de manera viable, la meta que se han marcado transformando esta evolución energética en una posibilidad tangible de desarrollar la economía de nuestro país, reduciendo el desempleo y cuidando del medio ambiente.
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